lunes, 11 de enero de 2010

PROMESA DE JESÚS "Yo prometo al alma que venere ésta imagen que no perecerá ...


Entonces, me dirigí a Dios con toda mi alma sedienta de ÉL. Eso fué durante la octava de Corpus Cristi, Dios llenó mi alma con la luz interior. Para que lo conociera más profundamente como el bien y la Belleza Suprema. Comprendí cuanto Dios me amaba. Es Eterno Su Amor por mi. Eso fue durante las vísperas. Con las palabras sencillas que brotan del corazón, hice a Dios, el voto de castidad perpetua. A partir de ese momento Dios fue mi esposo, hice una celdita en mi corazón donde siempre me encontraba con Jesús. Diario de Santa Faustina 16.

Meditacion del Espiritu Santo

Ven Espiritu Santo, penetra con tu Luz mi mente, con tu fuego mi corazón, con tu viento vigoroso mi voluntad.

Ven Espiritu Santo, Lléname de una esperanza nueva, contagiosa y creativa, capaz de vencer toda tentación, prueba o caída...

Ven Espiritu Santo, Éducame para sembrar a manos llenas potimismo, armonía y solidaridad.
Te lo pedimos aliados con Maria, con Santa Faustina y por Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Redentor. Amén.

"Oh Jesús mío, Tu ves lo débil que soy por mi misma, por eso dirige Tú Mismo todas mis cosas.
Sabes, oh Jesús, que sin Tí no me acerco a ningún problema, pero Contigo afrontaré las cosas más difíciles." Santa Faustina -602-

Cuando Cristo comenzó a obrar y enseñar

Ante sus conciudadanos en Nazaret, Cristo hace alusión a las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor» .

Estas frases, según San Lucas, son su primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y palabras conocidos a través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras, Cristo hace presente al Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en primer lugar los pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a causa de la injusticia social, y finalmente los pecadores. Con relación a éstos especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor; se hace signo del Padre. En tal signo visible, al igual que los hombres de aquel entonces, también los hombres de nuestros tiempos pueden ver al Padre.

Es significativo que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron donde estaba Jesús para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» , Él, recordando el mismo testimonio con que había inaugurado sus enseñanzas en Nazaret, haya respondido: «Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados», para concluir diciendo: «y bienaventurado quien no se escandaliza de mí» .

Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado «misericordia» en el lenguaje bíblico.

Cristo pues revela a Dios que es Padre, que es «amor», como dirá san Juan en su primera Carta ; revela a Dios «rico de misericordia», como leemos en San Pablo . Esta verdad, más que tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo nos ha hecho presente. Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo mismo la prueba fundamental de su misión de Mesías; lo corroboran las palabras pronunciadas por El primeramente en la sinagoga de Nazaret y más tarde ante sus discípulos y antes los enviados por Juan Bautista. Juan Pablo II

Cristo proclama con las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia que es una de las componentes esenciales del ethos evangélico. En este caso no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: ...los misericordiosos ... alcanzarán misericordia.
Rezaremos la Coronilla a La Divina Misericordia



No hay comentarios:

Publicar un comentario